José Manuel Caballero Bonald acaba la seva Novela de la memoria II, La costumbre de vivir, recordant com “las colas inacabables de ciudadanos sollozantes que desfilaban ante el cadáver del Caudillo, confiando tal vez en que el Dios de los ejércitos lo resucitase, parecían barruntar todas las prerrogativas franquistas que seguirían adheridas a nuestra geografía humana, y hasta cuándo. […] Todo lo que vino inmediatamente después, el arduo, irresoluto, pusilánime acceso a la democracia, pertenece ya a otra novela de la memoria. Siempre digo cosas como ésas cuando no se me ocurre nada más que decir”.
Es podien dir més coses en menys paraules?
Segur que sí, però…calia?
Presente histórico
El asesino cuyo nombre invocan
con fe vociferante
quienes se dicen herederos
de la promesa, escoge
sus periódicas víctimas
según un turno de elección
anónima y no en la noche empuña
el más acreditado de los signos:
alza una cruz donde no hay
sino trizas de cruces y autoriza
con su impune barbarie
la infracción de la vida que más mata.
Descrédito del héroe, 1977
Res més fàcil, a l’hora d’escriure d’un personatge públic, sobretot si és del món de la literatura, que escoltar atentament el que diuen d’ell els seus amics. I cal prestar molta atenció perquè aquests són molts. Tots aquells que el consideraven “nuestro tío Pepe”.
I fer això et facilita la feina, doncs no has de pensar gaire.
Escolto a Felipe Benítez Reyes a El emperador Bonald:
Por su obra deambula un personaje aturdido, un errabundo entre espejismos cambiantes, un ser extraño que intenta desentrañar la extrañeza del hecho de estar vivo, de andar por aquí, en la selva de los peligros innumerables, con la astucia forzosa de los supervivientes. […]
Pepe, ya digo, un excelente emperador.
Pepe dictaría leyes de manga ancha, porque él siempre ha estado en contra de las penitencias y de las prohibiciones y a favor en cambio de esa cosa abstracta que, a falta de palabra más rotunda, llamamos Vida, con su mayúscula de intensidad, porque al fin y al cabo no nos queda otra cosa que el ansia de esa mayúscula.
Pronóstico reservado
Se oye un fragor lejano, ni siquiera
muy nítido, algo así como un rastro
de antorchas y banderas, un hedor
preliminar de cirios, estandartes,
clarines.
Pregunto
Y una vez más
Pregunto y nadie sabe nada.
Está prohibido recordar.
Un barrunto a pertrecho
Entre eclesiástico y castrense ocupa
Los resquicios más zafios de la noche.
Lo inminente es ya un lobo agazapado.
Son los ultramontanos que regresan.
Diario de Argónida, 1997
Cada vez que Pepe Caballero habla, tiene uno la impresión de estar conviviendo con la reencarnación de un epigramista latino, sentencioso y lacónico, mordaz y lacerante si se tercia, que parece estampar las palabras en el aire del mismo modo que las palabras se esculpen sobre el mármol, con ese acento peculiarísimo suyo en el que vibran Cádiz y las antiguas colonias de ultramar.
Benjamín Prado recorda el que Cortázar li va dir un dia que sopaven amb Rafael Alberti i, absent aquest, a la pregunta de si li resultava fàcil intentar escriure poesia al costat d’un personatge de tal magnitud, “Pero y en cualquier caso, eso no importa ahora. Vos de momento apilá, apilá no más.”
Tener el privilegio de apilar lecciones y ejemplos al lado de personas como Caballero Bonald te ayuda a recordar que el hecho de que la literatura sea algo muy serio no significa que sus autores deban ser aburridos o pomposos. Con Pepe uno se ríe, toma una manzanilla junto al Guadalquivir, un vodka en Madrid o unos huevos estrellados en Sanlúcar, habla hasta la madrugada de cosas que pueden estar o no dentro de los libros, navega por los mares de Cádiz, se sube a un tren, visita bodegas, va a conciertos y, naturalmente, lee y escucha poemas.
Una pregunta
Una pregunta,
una querella se propaga
por los atolladeros de la historia.
Hace ya tiempo que se escucha
en las patrias, los foros, las iglesias,
y no responde nadie.
¿A quién
le pediremos cuentas?
¿Cuántos
consorcios de falsarios, púlpitos
execrables, compraventas de armas,
eufemismos que sólo encubren
crímenes, hemos de cotejar con nuestros muertos
antes de que por fin prevalezca la vida?
Luis García Montero, en una actitud més catedràtica, escriu a La lucidez y el óxido:
Palabras como memoria, ceniza, tiempo, simulacro, indagación, óxido, vacío, surgen con frecuencia en la poesía de Caballero Bonald, perfilando con una ambigua exactitud no sólo los contenidos, sino también la voz moral de su personaje y las claves abstractas de su poética.
Però… cal anar posant fi al que podria ser una història interminable. Em quedo, com a comiat amb el poema escrit en prosa Crónica de Indias, on deixa constància de la seva amistat amb el “cura guerrillero Camilo Torres” allà a Bogotà.
Crónica de Indias
No el caminante sino el emisario llegó una noche a la interina casa del extranjero. Aún no había concluido la estación de las lluvias y seguían desovando las iguanas y cuartándose los perfumados preceptos del caobo. El emisario exhalaba un renuente vaho a tierra fronteriza y traía una mano mojada de ron de consagrar. De modo que el extranjero lo sentó a su mesa y escuchó palabras semejantes a derrumbes, palabras con boquetes por donde empezó a vaciarse el tiempo sobre los sumideros de la historia. Algo inaudible quedó, sin embargo, flotando entre ese metódico estupor que precede al barrunto sacerdotal de la pólvora. Y ya era otra vez de día cuando el emisario se dispuso a partir. De la negra túnica ritual le chorreaba una apremiante abreviatura de héroe sometido a la promulgación del otro memorial de agravios. El emisario recuperó por un momento un ademán de prócer hasta cierto punto irremediable y se despidió del extranjero como si lo enseñara a despedirse. Empezó a oler entonces a cerrazón selvática con la misma perseverante misericordia con que huele la piel de un animal enfermo. Nadie dijo más de lo que un perentorio destino había previamente intercalado entre el oratorio y el aula: nadie quiso en absoluto descifrar clave alguna en ese espacio vacío que va de un método pedagógico a una táctica de guerrillas. El extranjero tampoco supo entonces deducir que ya no volvería a ver en su casa de Bogotá a Camilo Torres.
Descrédito del héroe, 1977